Los remanentes del huracán Maria

 El huracán Maria pasó por Puerto Rico hace ya siete meses. Un huracán categoría 4 con vientos de 155 millas por hora que dejó tras su paso a toda una la isla sin electricidad, sin comunicación y con la incertidumbre de qué pasaría después. Todavía hay más de 100,000 abonados de la Autoridad de Energía Eléctrica que no cuentan con el servicio, muchos de ellos desde el huracán Irma. Otros tanto siguen teniendo problemas con las señales de comunicación y muchos otros tuvieron que irse del país para poder subsistir luego de esta sacudida. Miles de personas perdieron sus hogares, sus pertenencias y se quedaron sin nada.

El huracán Maria pasó por Puerto Rico hace ya siete meses. Un huracán categoría 4 con vientos de 155 millas por hora que no hizo mucho en mi casa, pero que será imposible olvidar esa noche y la mañana siguiente. Cerca de casa volaron planchas de zinc, cayeron postes y hubo viento, mucho viento. Todavía cierro los ojos y puedo escuchar el ruido, casi como si fuese esa misma madrugada. Parecía como si el viento hubiese querido derrumbar las paredes y dejarnos a todos al descubierto de la furia que traía Maria. Se sentía como si estuviese rugiendo un león hambriento al lado de casa.

Cuando por fin pudimos salir no podía creer lo que estaba viendo. Siempre subestimé lo que un huracán podía hacer. Tantos años advirtiéndonos de posibles catástrofes y cuando estuve frente a una todo lo que había imaginado se quedaba corto con la realidad. El huracán no hizo mucho en casa, pero en mi, en mi hizo bastante.

No sabía cuán acostumbrada estaba a las comodidades hasta que las perdí.

Como les mencioné, yo había subestimado el huracán. Mi carro estaba sin gasolina porque pensé que después que pasara el huracán podía echarle. No habíamos comprado hielo, ni baterías sufiente, ni botellas de gas para las estufas que teníamos. Literal, en casa no estábamos preparados. Y eso que dos noches antes yo había ido a comprar cosas necesarias... y lo que compré fue galletas, dulces y cheetos. También me había asegurado de tener dominós, cartas y una libreta para jugar. Nada, nada de lo que había preparado me hubiese servido para sobrevivir a Maria de no ser por mi familia.

Fueron unos primeros días bien desesperantes. Sin poder comunicarnos con ningún familiar, ver que daban las 5:00pm y comenzaba a caer el sol, lo que significaba que se iba a poner oscuro. Mami, papi, mi novio, todos trabajando turnos de más de 10 horas porque estaban ayudando en la emergencia. Creo que no hubo ser que le preguntara más a papi que cuando regresaría la luz a casa que yo. Ahora recuerdo y me da pena con él. Tener que soportar las dificultades del trabajo como empleado de Autoridad de Energía Eléctrica, los peligros por los que tuvo que pasar y cuando llegaba a su casa también tenía que enfrentar mi pregunta más de una vez, todos los días de cuando regresaría la luz.

Los días se me hacían eternos, pero a la misma vez cortos. Para poder distraer mi mente, sin luz, sin señal de comunicaciones, sin compañía, me voluntaricé en el trabajo de mami para también ayudar en la recuperación. Santa Isabel fue uno de los primeros pueblos con energía eléctrica, y si, traía un poco de calma visitar amistades y conocidos que tenían luz. Tener aunque sea unas horas un poco de “normalidad”, o de la normalidad a la que yo estaba acompañada. Pero después era peor. Regresar a casa y darme cuenta que la normalidad fue momentánea y que todavía tenía que bañarme en ‘off’ antes de acostarme para que no me picaran los mosquitos y que tenia que lavar la ropa a mano porque la lavadora no iba a funcionar.

Mientras el Gobierno estaba con el “Puerto Rico se levanta” y el ”Isla bendita” nosotros teníamos que hacer lo posible e imposible para que la salud mental no se fuera al carajo, más de lo que ya estaba. A diario escuchaba personas con historias desgarradoras, otras con actitudes negativas en torno a todo. Fue difícil para mi lidiar con eso, por la empatía. Le partía el corazón a cualquiera los agradecimientos de muchos cuando le entregaban aunque fuesen 2 botellas de agua y un jugo.

Fue difícil, gente, para mi fue BIEN difícil acostumbrarme a esa nueva norma que estábamos viviendo. Para cualquier otra persona pueden resultar trivialidades porque yo no perdí nada, pero gracias a Dios a mi nunca me habían faltado esas cosas básicas, y perder las comodidades de la noche a la mañana fue difícil. Me costó muchísimo llegar a sentirme normal con las realidades que estaba viviendo. Muchas veces llegaba a casa a llorar porque no podía seguir así. No podía seguir sin luz en casa, no podía seguir durmiendo con calor, con mosquitos, con la intranquilidad de que pudiese llegar alguien en la oscuridad y querer hacernos algo. A mi nunca me faltó comida, nunca me faltó techo, nunca me faltó agua, pero me faltaba entender que las comodidades van y vienen y que lo importante era que yo estaba bien y que mi familia estaba bien y que poco a poco todo se iba a arreglar.

Entenderlo fue la parte más difícil de todo.

El huracán Maria pasó por Puerto Rico hace ya siete meses. Un huracán categoría 4 con vientos de 155 millas por hora. Para la próxima termporada de huracanes faltan pocos meses y tal vez me prepare mejor. Tal vez llene el tanque de mi carro y el de todos los carros de casa. Tal vez congele botellas de agua para tener hielo por más tiempo. Tal vez compremos baterias suficientes, gas y comida enlatada. Pero lo que no sé es cómo haremos para soportar otro embate.

El huracán Maria pasó por Puerto Rico hace ya siete meses. Un huracán categoría 4 con vientos de 155 millas por hora, y lo que dejó tras su paso, en el pais y en nosotros jamás, jamás será como estábamos antes.

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