Entre el campo y la ciudad

Cuando escucho el término ciudad, las imágenes que vienen a mi mente son edificios, tráfico y San Juan. El haber nacido y crecido en el área sur de Puerto Rico, el campo, como lo conocen muchos, me da las herramientas necesarias para reconocer las diferencias que existen en ambas partes del país. La ciudad en Puerto Rico, el área metropolitana, se caracteriza por edificios en todas partes, tráfico desesperante, y gran cantidad de personas. A diferencia del campo, que se define por la tranquilidad. 
La Real Academia Española define la palabra ciudad como un conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas. La ciudad para mí, en cambio, es el lugar que me ha dado la oportunidad de crecimiento académico y personal, pero que también me ha quitado el tiempo con mi familia, y me ha traído un poco de soledad.
Desde el verano del año 2013, cambié la comodidad de mi hogar en Santa Isabel, por la vida ajetreada de la ciudad. No me arrepiento nunca de la decisión que tomé de estudiar en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Rio Piedras (UPRRP), pero si añoro las mañanas en el campo y las tardes de brisas frescas. Aquí sin embargo, estoy rodeada de cemento, automóviles y bullicio. No hay día que no extrañe mi campo, el poder salir a la calle con la tranquilidad de que estoy cerca de personas conocidas.
Aunque me encuentro entre cemento, el estar en la ciudad también me ha dado ventajas. Hay mayor variedad de comercio, y un amplio ofrecimiento cultural. Aquí por todas partes hay una actividad diferente, y también un centro comercial. De igual manera, los teatros y centros de bellas artes se encuentran en esta parte, así que tengo mejor acceso para divertirme que lo que encuentro en el campo.
La ciudad me ha dado soledad porque tuve que dejar mi familia y amistades para moverme acá. Tuve que cambiar el tiempo que compartía con mis conocidos, para llegar a un lugar donde no conocía a nadie, y el familiar más cercano que me queda vive a 40 minutos de donde estoy. Según menciona Marc Augé en su ensayo “La ciudad entre lo imaginario y la ficción” dentro de su libro El viaje imposible, la ciudad brinda anonimato, y a su vez, crea ansiedad. No es un mito que en la ciudad pasas a ser una persona más dentro de ella. El anonimato llega en el mismo momento en que comienzas a dejar de ver a los demás como personas conocidas, y empiezas a verlos como alguien más pasando.
Te conviertes en anónimo porque ya a nadie le importa lo que hagas, como vistas y para dónde vas. Lo importante es que no interrumpas su camino, ni ellos, el tuyo. La ansiedad aumenta cuando te das cuenta que ya tu vida no será tranquila. Vivir en el área metropolitana es como vivir en la ciudad de Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Aquí no hay hora de descanso, y puedes encontrar lugares abiertos a cualquier hora del día. En el área sur es un triunfo encontrar una gasolinera abierta a las doce de la media noche. También crea ansiedad el saber que no puedes reconocer como es una persona con solo mirarla, sino que corres el peligro de muchísimas cosas.
Otra de las razones por las cuales extraño vivir en el campo es la falta de seguridad que hay en la ciudad. No hay día en el que salga fuera de mi apartamento en el que no sienta que puede llegar alguien a asaltarme o secuestrarme. El constante flujo de personas, el no reconocer a nadie, el venir de un lugar tranquilo, hacen que el miedo aumente el triple. Y no es que en el área sur no hay crímenes, más bien es el hecho de que allá se conoce quién es quién porque llevamos toda una vida en el mismo lugar.
Una de las cosas que más encuentro curiosas de la ciudad es que no todo el mundo es indiferente, ni dejan pasar las cosas desapercibidas. Cuando se necesita luchar por los derechos, son más comprometidos de lo que recuerdo son las personas del sur. Eso lo veo claramente en las luchas universitarias que se han dado en la UPRRP. No hay necesidad de obligar a nadie a participar, porque aunque unos pocos, siempre hay quienes dan todo por lo que creen. Y eso es algo que admiro de las personas que son parte de la ciudad.

Pocas veces pienso en lo que la ciudad me ha dado o quitado, me ha enseñado o privado, lo que sí es que me ha hecho valorizar mucho más de dónde vengo, y lo que soy. De todas maneras, en estos momentos de mi vida, reconozco a la ciudad como mi hogar. Un hogar al que a pesar de las diferencias con mi entorno, con el tiempo he aprendido a amar. Gracias a eso tengo una ventaja sobre las demás personas, vivo mi vida entre el campo y la ciudad.

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